Lentamente
pingüinos y barbies caminan por los corredores de la iglesia, van alineados
como elefantes a presenciar el ritual al que muchos, asistimos simplemente por
cumplir con la familia y, es más, quedar bien con algunos.
Padrino
y madrina esperan con ansias al pequeño en sus brazos para poder darle su
bendición y, de alguna forma, darle su cuidado; aunque más bien, están pensando
en la farra gloriosa a pegarse a continuación en la casa de los padres del
guagua.
El director
de orquesta entra en la sala principal y, mientras algunos pingüinos afinan su
corbata, pide a viva voz que todos tomen sus puestos. Mientras él recita libremente
cada una de sus pollas copiadas en papel, y aburre a unos cuantos, hasta derivar
en el sueño profundo derramado en las bancas, otros miran atentos sin
pestañear.
Solo
el momento de llamar a los papas del guagua y presentar al susodicho frente a
todos, unos alzan sus cabezas y las fotos llueven como que fuera el más famoso
de los bebés y los paparazzis abundan frente al altar mayor.
Riegan
unas cuantas gotas de agua sobre el niño, que no sabe ni por qué y que más
grande, cuando crezca, lo cuestionará todo; y todos aplauden enardecidos por el
clímax de quitar el pecado de un niño, que solo es excusa para dar rienda
suelta a los pecados más ocultos de los concurrentes a la ceremonia.
Pingüinos
y barbies salen de dos en dos, y mientras felicitan a los papas del “celebrado”;
unos cuantos ya van pelando el ojo a las invitadas y otro poco va desfilando a
los autos para ir a la casa ceremonial, sin antes hacer una parada obligada en
la licorería más cercana.
Es así
como padre, madre, padrino, madrina e invitados, dan rienda suelta a la
comelona y a la chupadera que no para hasta “ver a Dios” como algunos dicen;
sin saber que el guagua ni idea tiene del porqué a él, le dejan lloran por
tanto relajo y ni bola le paran.
Después
de la bailanta unos cuantos se despiden, mientras otro poco no deja de hablar
de años perdidos, tiempos aquellos y amistades; sin faltar la típica pelea
sobre un tema político, religioso o social, que denota en el enojo de algunos
que prefieren ir a chismear por otro lado.
Ya
llegada la madrugada todos los primos descansas hacinados en una misma cama,
mientras los padres duermen en los sillones y otros bailan las cumbias de
antaño recordando sus mejores bailes y con los que se hacían los levantes.
Así termina
uno de los rituales más populares en nuestra querida patria, y uno de los más
recordados para los papás del guagua.
Por: Paúl Sánchez Páez
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