Mañana fría, como ninguna en
los anteriores días, debido al clima tan diverso que posee la capital; camino
lentamente por una empinada calle pensando en toda la historia que se esconde
detrás de estas veredas de uno de los barrios más antiguos de la ciudad.
Mientras pido un aventón al
carro de la policía comunitaria, voy imaginando qué tipo de preguntas puedo
formular a la máxima autoridad del lugar.
Llego a su hogar nervioso,
asustado y poco ubicado; y me topo con una realidad totalmente diferente a la
que esperaba hallar ahí. Timbro a la puerta de ese humilde hogar cuando un
hombre mayor de aspecto amable y triste (a la vez) me abre la puerta siendo el
nexo primordial para lo que nunca imaginaba.
Es ahí que mientras
descubrimos que por quien fuimos no se encontraba, que me parece muy atractivo
lo que sin necesidad de decírselo nos comienza a contar. Entre lagrimas, risas
y un poco de recelo, nos comenta de su vida y sale a colación su madre; una
viejecita de 98 años de edad que vive y cuida aún de él.
María Teresa Calderón
Vallejo es su nombre, oriunda de Riobamba, habita por más de sesenta años en el
sector del Placer Alto; convirtiéndole esto en la persona más antigua de dicho
sector.
Ama de casa, madre abnegada,
pero ante todo lo demás, velasquista radical; nos comenta, con bastante
dificultad, el cómo preparaba el engrudo con harina para las campañas del cinco
veces presidente de la república.
Lúcida, a pesar de su edad,
muestra con una sonrisa en sus labios la felicidad que embarga su corazón al
hablar de su héroe; quien la formó en lo social, le enseño a luchar tanto por
lo justo como por sus sueños y lo que es más, amar a sus hijos ante todo.
Brotan lágrimas de sus ojos
mientras comenta la muerte de su “señor presidente”, recordando todas las
peripecias que tuvo que pasar para por lo menos, tener el consuelo, de tocar su
ataúd antes de ser enterrado en el cementerio de San Diego.
María recuerda con tanto
agrado al presidente Velasco que hasta lo nombra “Mi viejito”, recalcando que
él murió de amor y eso lo hizo más sensible ante todos sus fieles seguidores.
Camina suavemente y
atraviesa todos los obstáculos que se le presentan a su paso, llega a la puerta
de su cocina, ingresa en la misma y mientras da un respiro para recobrar el
aliento; su hijo nos ofrece y alivia el hambre de la mañana con una dulce,
jugosa y fresca manzana.
Me despido de ella mientras
no percibo en su totalidad la realidad palpada en ese momento y la información
brindada.
María Teresa reposa en su
endeble, pero habitual, silla de descanso y desde allí con su mano, afectada
por la vejez y la artritis, nos despide muy cariñosamente.
Muestra incertidumbre de lo
sucedido, del porqué de la visita y, más que todo, del extraño que irrumpió en
su hogar esa mañana; pero que se lleva el mejor recuerdo de ella y el mayor
conocimiento posible que no se encuentra en los libros, sino en la vivencia de
personas como esta viejecita de corazón abierto y cálido.
Por: Paúl Sánchez Páez
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